12 DE OCTUBRE. LA DIVERSIDAD CULTURAL_Fogar-Ramirez

Lic. Viridiana Ramírez, Prof. Mariela Fogar (2012)

América fue descubierta hace 40 mil años durante la última glaciación y, con migraciones que duraron siglos, se fue poblando el continente.

Europa no descubrió América en 1492. Para esa fecha América ya era diversa, rica y sabia.

Al producirse la conquista, la población de América representaba el 20% de los habitantes del mundo, un siglo después apenas alcanzaba el 3%. El genocidio cometido por Europa sobre América, es el más escandaloso de la historia de la humanidad. En términos relativos se aniquiló al 90% de la población; en cifras absolutas murieron 70 millones de personas. Cuando Colón llegó a Haití y a Santo Domingo, se encontró con un millón de personas. Cincuenta años después solo habían sobrevivido 500.

El genocidio no significó solamente el exterminio directo de indígenas, muchos otros murieron debido a las malas condiciones de trabajo, las enfermedades, la destrucción del tejido social y del sistema económico y productivo. Y no solo se perdieron vidas humanas, también desaparecieron culturas enteras, es decir, una multiplicidad de formas de ver y sentir el mundo.

En nuestro país, recién en el último censo se registró a quienes se reconocen como indígenas y durante mucho tiempo no fueron identificados como tales. Su no identificación es una forma de negar su existencia, lo que por mucho tiempo alimentó la idea de que la Argentina es un país de blancos, que no hay indios o que hay muy pocos. Sin embargo, las comunidades indígenas estiman que hoy, el número de argentinos que se reconocen con esa identidad, podría alcanzar a dos millones.

La negación de la presencia de las comunidades indígenas es solo una de las formas en las que se construyó el desconocimiento de la realidad de las comunidades nativas. Otra forma se fundó – y se funda aún – en los estereotipos que dividen a los pueblos en altas y bajas culturas, para concluir que los indios de la Argentina tenían muy bajo nivel cultural. Esta es una idea generalizada, que parte de mirar a las culturas diferentes de la del blanco, desde nuestros valores y desde la idea de que nuestra sociedad es más “evolucionada”. Dentro de las sociedades evolucionadas entran aquellas que desarrollaron instituciones similares a las nuestras, como lo es el poder político centralizado en un estado, con la construcción de grandes obras y la concentración del conocimiento en especialistas. Esta concepción etnocéntrica, no reconoce que otras sociedades evolucionaron en sentidos diversos, alcanzando desarrollos extraordinarios en lo que hace al bienestar y la felicidad de sus miembros y al respeto por la naturaleza.

Precisamente, el pensar a las otras sociedades como menos evolucionadas y salvajes, ha sido el discurso privilegiado para aniquilar o reducir a la esclavitud a las poblaciones indígenas.

La política del Estado nacional para los pueblos indígenas ha oscilado históricamente entre la represión y el paternalismo, y más frecuentemente consistió en la indiferencia. Estas acciones no fueron ingenuas. De hecho, es posible identificar relaciones entre estas políticas – en tanto formas de establecer el poder – y los requerimientos económicos, propios del esquema capitalista, en cada etapa de su desarrollo. De esta manera, cuando el territorio en disputa era apto para actividades que, como la ganadería, no requerían mucha mano de obra, desde el gobierno se instrumentaban acciones de aniquilamiento, arrinconamiento o traslado de las comunidades indígenas. Por el contrario, cuando era necesario contar con mano de obra abundante y barata, la acción consistía en la reducción y disciplinamiento de los pueblos indígenas, concebidos como simple mano de obra.

La escuela, por su parte, concebida como institución destinada a la igualación social, reprodujo, en su interior la misma oscilación con respecto a sus alumnos indígenas, a través de la represión y desvalorización de su cultura, el desprecio por sus rasgos físicos, el paternalismo y la indiferencia. 

Lecko Zamora (dirigente qom) afirma que entre los estudiantes tobas se observa una de las tasas de deserción más altas. La mitad de los adolescentes qom no completó la escuela primaria, sólo uno de cada cuatro ingresó en la secundaria y prácticamente ninguno logró finalizarla. Las cifras de repitencia y deserción triplican los niveles de la escuela no indígena.1

El 60 por ciento de los alumnos indígenas de nivel primario tiene sobreedad. El fenómeno se manifiesta en forma más crítica en los grados más avanzados de ese nivel, donde los estudiantes con sobreedad llegan a constituir entre el 80 y el 90 % del total.

Entre las causas de la deserción se encuentran, entre otras, la falta de dinero para comprar zapatillas y útiles escolares y la necesidad de trabajar. Entre las barreras para la permanencia de los estudios, se mencionan también el trabajo infantil, el embarazo precoz y la oportunidad laboral.

Un estudio de UNICEF muestra que los estudiantes qom tienen una de las tasas de deserción escolar más altas de los pueblos indígenas del país.

A lo antes mencionado habría que agregar que el 78 % de los qom utiliza la lengua materna para comunicarse en el hogar y aprende el español en la escuela, como segundo idioma. La mayoría de las veces, los maestros no conocen la o las lenguas indígenas. En este escenario, la falta de maestros indígenas bilingües y de programas escolares interculturales, constituyen una importante barrera con que se encuentran los chicos aborígenes que logran ingresar en la escuela. Pero la barrera más difícil de sortear y la más dolorosa, es el desprecio y el prejuicio de sus compañeros y de muchos maestros.

Pasaron más de 500 años desde la conquista de América. Pasaron gobiernos y políticas de Estado, la sociedad sufrió transformaciones que devinieron finalmente en el reconocimiento de los derechos de las mujeres, los niños, los jóvenes, las minorías sexuales, los derechos ambientales, y hoy, los derechos de los pueblos indígenas, todos reconocidos como Derechos Humanos. Sin embargo, para transformar una sociedad no alcanza con leyes. Es necesario modificar las prácticas sociales. Para ello, es fundamental reconocer el carácter falaz del argumento de la superioridad racial, social, intelectual o cultural. La desnaturalización de los enunciados racistas, legitimadores de la diferencia social, quizás pueda conducirnos a asumir que, cuando negamos el valor de la diferencia, empobrecemos nuestra cultura y nos empobrecemos a nosotros mismos. Pues toda cultura autorreferencial, aún cuando se autodenomine “civilizada” y “democrática”, es pobre. Y toda persona incapaz de registrar al “otro” como referencia necesaria del sí mismo, es alguien que ha renunciado de antemano, al proceso necesario para su verdadera constitución como sujeto humano.

Deja un comentario